La visita mensual a la peluquería está comenzando a incomodarme.
No es por coquetería, aunque siempre me ha inquietado la visita al peluquero. Inevitablemente me veo ridículo en el espejo luego de atravesar las tijeras, y nunca he sabido qué contestar frente a la eterna pregunta “Las orejas… ¿tapadas o destapadas?”. Jamás puedo recordar qué contesté en la visita anterior y qué resultados obtuve, por cuestiones como ésa en alguna época suspendí la visita al peluquero y anduve con el pelo por la mitad de la espalda por varios años. Ya no es posible repetir esa receta: con la frente que tiende a despoblarse mi aspecto sería levemente patético.
Pero no soy coqueto, nunca lo fui: la ropa que visto debe cumplir el único requisito de ser cómoda. Si ando por la vida vestido decentemente es por el esfuerzo de mi mujer que siempre se preocupa por poner al alcance de mi mano un vestuario razonable, luego de sufrir un colapso a poco tiempo de conocerme cuando a una remera a rayas le agregué un short cuadriculado, combinación que rompe con todas las reglas del buen gusto según ella.
Volviendo al tema: no sé qué sucede con las peluquerías para damas, pero las peluquerías para caballeros, esas de charlas de fútbol y revistas con niñas desabrigadas ocultas bajo el espejo de mano, han seguido siempre una regla de oro: si llegara a existir una disputa entre los colegas para hacerse de un cliente, éste no debe enterarse jamás. Si intercambiaban puntapiés y codazos entre ellos en el tránsito de la puerta al sillón, estos debían ser de cierta sutileza. Si luego se rompían la cara tras bambalinas, lo hacían precisamente tras bambalinas. Los clientes regulares siempre tenían “su” peluquero, y nadie osaba intentar birlárselo. En caso de ausencia, era norma preguntar si se cortaba igual o si prefería volver otro día.
Debe ser la crisis persistente la que destruye tradiciones nobles como esta. En la peluquería de mi barrio hay seis artistas de la navaja, el más joven es quien me corta debido a que tiene menos clientes y nunca hay que esperar turno. A veces, resultados poco afortunados hacen evidente su falta de destreza, pero ya he dicho que carezco de coquetería, con lo que los beneficios son superiores a los costos. Hace algún tiempo que sus colegas más viejos no esperan en la puerta, sino en la esquina, y a sabiendas de que “tengo peluquero”, me toman del brazo y me acompañan hasta su propio sillón frente a la mirada azorada del más joven. Cuando se torna evidente que el depredador ha olvidado las tradiciones del rubro, me obliga corregirlo en una situación no exenta de cierta violencia. La sonrisa de mi peluquero, sin embargo, no logra ocultar su temor a futuras represalias.
Imagino esperanzado que alguien del gremio leerá estos párrafos y transmitirá a sus colegas la zozobra de quienes periódicamente nos cortamos el pelo. En ocasiones he llegado a pasar de largo por la puerta de la peluquería para evitar los tironeos. “Qué tal, estaba paseando nomás”, he atinado a decir, a modo de excusa. Los accesorios para cortarse el pelo en casa están cada día más baratos, y si a eso le sumamos que carezco de toda coquetería…
Siempre me resultó un tanto incómodo concurrir a la peluquería. En primer lugar por cierta inseguridad frente al manejador de las tijeras, que me hacen sentir en desventaja. Cuando me es inevitable ir, soy capaz de caminar 20 cuadras buscando un sitio que me parezca ni sofisticado, ni “peluquería de viejas”, y espío la cara del peluquero/a, para ver si parece mediantamente macanudo. Lo que me fastidia enormemente del gremio es esa insistencia en ofrecer servicios que uno no desea y que por cortedad acepta. Por ejemplo, el sábado fui a una que queda cerca de Tribunales. Apenas puse un paso adentro se me acercó un chico peinado con una especie de cresta semi punk y me preguntó que me quería hacer. Cortarme. No alcancé a sentarme cuando una chica me preguntó si quería hacerme las manos, cosa a la que me animé a decir que no. Cuando el peluquero me preguntó cómo quería el corte, un tanto desanimada por los navajazos que me dieron en un corte anterior, le dije que quería emprolijar y recortar unos 3 cm. Bien sabido es que la mayoría de ellos, cuando uno habla de cortar, arremeten más allá de lo pretendido. Pero éste por el contrario, parecía que simulaba cortar, apenas algunas puntas y el largo casi no lo tocó. Antes de ofrecer el consabido peinado, me dice “lo que necesitas, si te animás, es un baño de crema. Si una bondad tiene mi pelo es la suavidad y el brillo. Pero ese sábado estaba particularmente rebelde y anudado. Lo hacemos? insistió… Y bueno… y de allí a la pileta. Sacó un pote, encremó bien el pelo, luego lo envolvió tipo turbante y me puso bajo un secador durante 1/2 hora, en las que unas molestas gotas no dejaban de caer por mi frente. Eso sí debo reconocer que tuvo la gentileza de traerme 2 ejemplares de la revista “Caras”, que aumentaron mis ganas de llorar y salir corriendo. Pasada la tortura, y cuando preguntó si me iba a peinar tuve el valor de decir NO y el contestó que era mejor para que el pelo se secara naturalmente. Mientras, pregunté -para preparme espiritualmente y a mi bolsillo-, el costo del corte y el baño de crema: $ 25 y 35, respectivamente. Me sentí tan estúpida, sabía que eso podía pasar y dejé que pasara. $ 35 por encremar un pelo sano que salió exactamente igual a como entró.
Bueno una desdichada experiencia más, que me mantiene en eso de que están los que hacen lo que quieren y los que se dejan hacer lo que los otros quieren.
Me gustaría leer que les pasa a otras mujeres.
Es increible leer que se padezca las visitas a las peluquerias siendo que estas deberian ser placenteras y desestresantes… o por lo menos es lo que tratamos de ofrecer dentro de nuestros salones…y con respecto a las posibilidades de cosas que pueden hacerce en el cabello tambien esta la misma posibilidad de decir que no… conclusion: relajence disfruten y gasten unos mangos mas,,,
Es increible leer que se padezca las visitas a las peluquerias siendo que estas deberian ser placenteras y desestresantes… o por lo menos es lo que tratamos de ofrecer dentro de nuestros salones…y con respecto a las posibilidades de cosas que pueden hacerce en el cabello tambien esta la misma posibilidad de decir que no… conclusion: relajence disfruten y gasten unos mangos mas,,,
la peluqueria es un lugar que cada uno elige.como profesionales tenemos la obligacion de aconsejarles a nuestras clientas lo que necesitan no somos comerciantes que intentamos vender todo el tiempo . simplemente somos como un especie de medico para el pelo.
Chicos..escucharon el dicho…”el cliente tiene la razon”??…muchas veces nosotros como profesionales..hemos estado en el lugar del cliente…y mas d una tuvo una mala experiencia…es por eso…que al escuchar o en este caso leer..las experiencias traumaticas d estos dos afortunados…podemos reforzar nuestra estrategia para poder brindarle a nuestros clientes la mejor atencion y servicio ….me uno al comentario d sergio…la peluqueria tiene que ser un lugar placentero y de relax…los profesionales que en ella trabajan deben ser los encargados d lograr ese ambiente…si los clientes ven una mala disposicion o esa clase de rivalidad o competencia..obviamente van a querer salir corriendo del salon… en mi caso personal..siempre trato d brindar lo mejor de mi y hacer de mi salon un lugar donde mis clientes se sientan comodos, bien asesorados no “invadidos”, escuchados…muchas veces los peluqueros pasamos a ser como dijo rocio medicos del pelo…tambien hacemos de psicologos y consejeros… amo esta profesion…y a mis colegas que estan leyendo me van a dar la razon, la peluqueria es una de las profesiones mas lindas…porque mas alla de ver salir lindos exteriormente a nuestros clientes, buscamos que salgan lindos en su interior, que es lo mas importante!!