Viajes – Señales de humo / Thu, 29 Apr 2021 20:27:31 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.1.10 Apuntes de viaje: la sangre de Cristo. /2016/01/apuntes-de-viaje-la-sangre-de-cristo/ /2016/01/apuntes-de-viaje-la-sangre-de-cristo/#comments Sat, 30 Jan 2016 03:29:23 +0000 /?p=872 Seguir leyendo Apuntes de viaje: la sangre de Cristo. ]]> Los típicos regalos de un argentino para sus amigos de otros países son alfajores, dulce de leche y vinos. No es casual que estos tres rubros ocupen una importante superficie en el Free Shop de la sala de embarque del aeropuerto de Ezeiza. Si se fijan, en el Free Shop de la salida casi no existen estos rubros, y la delantera la toman los chocolates, los perfumes y el whisky.

Muchísimas veces he transportado una o dos botellas de vino para regalar. Antes del 9/11, lo habitual era que uno llevara esas botellas consigo en la cabina para evitar accidentes. Es sabido que los muchachos que realizan la estiba del equipaje, en su entusiasmo, muchas veces pueden manipular de manera un tanto brusca las valijas. A partir de las medidas de seguridad que trajo la caída de las torres esto ya no es posible -me refiero a llevar las botellas en la cabina, no a la forma en que se desempeñan los compañeros que se ocupan del equipaje. Probablemente los aviones viajen más seguros, pero el vino -y la ropa que comparte con él la críptica intimidad de la valija- ya no.

Una aclaración: las compras hechas en el aeropuerto pueden subir, por supuesto, a la cabina. El equipaje ya ha sido despachado y probablemente se encuentre en la bodega del avión para el momento en que uno decidió si malbec o cabernet, qué marca o qué precio va a llevar consigo. Pero en viajes a los Estados Unidos eso funciona así hasta el aeropuerto de llegada. Si uno tiene una conexión, debe retirar el equipaje despachado, guardar las botellas y despacharlo nuevamente hasta el destino final.

La cuestión es que mientras esperaba el tren interno del aeropuerto de San Francisco, al bajar la vista noté un charco rojo que crecía bajo mi valija. La botella en cuestión estaba dentro de dos gruesas bolsas de nylon del Free Shop, pero los líquidos suelen encontrar un camino de salida de su encierro. Por supuesto, abrí mi valija, retiré los restos de botella y bolsas, sólo para constatar que la mayor parte de tinto ya ensopaba la ropa que le hacía compañía.

Ningún pasajero del viaje en tren que siguió hasta el centro de la ciudad se animó a preguntar por el líquido rojo que goteaba de mi valija y que conforme las sucesivas aceleraciones y frenadas del tren iba expandiéndose en delgados arroyos paralelos a lo largo del vagón. La baja temperatura tanto del vino -que venía de la bodega de un avión a 10.000 metros de altura- como del ambiente, hizo que el olor alcohólico fuera apenas perceptible, dejando la duda -o la certeza, a juzgar por las expresiones y los murmullos de mis vecinos- acerca de la naturaleza de ese líquido: vino o sangre, que como enseñan la Escrituras suelen identificarse como la misma y única cosa.

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De cuartos y de hoteles /2010/11/de-cuartos-y-de-hoteles/ /2010/11/de-cuartos-y-de-hoteles/#respond Mon, 01 Nov 2010 22:44:26 +0000 /?p=629 Seguir leyendo De cuartos y de hoteles ]]> Los diseñadores de cuartos de hoteles deberían dormir en sus propias creaciones. Quizás de esa manera se darían cuenta que resulta inconveniente poner el enchufe más cercano a la cabecera de la cama a unos tres metros de distancia de la misma.

Imposible, por ejemplo, recargar el celular (tarea propia de las horas de sueño) y utilizarlo al mismo tiempo de despertador.

Claro, uno puede pedir en la recepción que lo llamen por teléfono a la hora señalada, pero es que el teléfono se encuentra a cuatro metros de la almohada, en un coqueto escritorio. No es solución.

El hotel del que hablo ofrece internet en las habitaciones, pero por algún designio incomprensible (pero lo he visto en otros, de manera que lo de incomprensible es para mí y evidentemente no para los hoteleros), no hay wifi sino cable de red. Este cable mide 1,20 metros y se encuentra enchufado a un router bajo el estante que sostiene el televisor. Es decir, cerca de los pies de la cama, Imposible acostarse mientras se leen las noticias (atrasadas) de la patria. Eso no es tan grave: sí lo es que hay un escritorio, a unos 2 metros del televisor: por más que uno esté tentado de estirar el cable, nunca llegarán a estar juntos, mesa y computadora. Trabajar con la netbook en ese escritorio y estar conectado son dos tareas incompatibles.

El resultado es que uno termina sentado en el piso, usando la pared como respaldo, para poder utilizar el servicio de internet.

Hay un extraño capricho con los enchufes en este hotel que no se agota en esos ejemplos: para enchufar la netbook cerca del router, hay que desconectar el televisor o el router. La alternativa es utilizar un enchufe cerca de la puerta, para lo que hay que rodear el armario y una pared divisoria. La netbook queda entonces tironeada cual Tupac Amaru entre dos cables que llevan direcciones opuestas y la opción de sentarse en el piso con la pared de respaldo ya es un lujo del pasado: hay que mirar la pared y sentarse en posición de loto cual aprendiz de Siddharta Kiwi.

Eso con los enchufes e internet. Del baño no diré una palabra: quizás esa mezcla de cabina telefónica, armario de plástico y nave espacial sea un signo de la modernidad y no quiero quedar como un viejo nabo si lo critico.

Ah, se trata del coqueto Hotel Allegra en el centro de Berlín.

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Ciudad de la furia /2008/04/ciudad-de-la-furia/ /2008/04/ciudad-de-la-furia/#comments Tue, 08 Apr 2008 17:26:09 +0000 /?p=262 Seguir leyendo Ciudad de la furia ]]> Tlalpan

Las callecitas de Tlalpan, en la zona sur de la ciudad de México, combinan antiguos empedrados, vivos colores, ventanas y rejas que sobreviven a líneas hispanas de un pasado remoto, altísimos muros que se prolongan con alambrados electrificados, sombríos portones de hierro y ominosos rollos de púas que sorprenden al caminante desprevenido.

Escribo sobre Tlalpan, cuyo hermoso zócalo, su antigua Iglesia y los frescos que engalanan el edificio de la Delegación casi que lo redimen, pero podría referirme a cualquier colonia suburbana de México DF o a otra metrópolis de esta región del mundo, tal parece ser la tendencia de las grandes ciudades latinoamericanas.

Detrás de esos portones de hierro quizás haya un lujoso condominio, quizás una más humilde vecindad fortificada, lo cierto es que esos muros imponentes coronados de espinas de metal son a veces el único paisaje que flanquea las veredas estrechas.

Intentando una descripción adecuada y sintética, mencioné la idea de una “ciudad amurallada”. Mi anfitrión, antropólogo experto, me dijo al pasar que sabía de un libro así titulado, que intentaba escrutar el fenómeno de sociedades cada vez más violentas, inseguras y aisladas. Sin embargo, se me ocurre que no es la metáfora más feliz: lo que se encuentra amurallado son las casas, el espacio privado; mientras que por el espacio público, la ciudad, circula una amenaza feroz que justifica la altura de los muros, las cercas electrificadas, los rollos de púas, los guardas de seguridad tras los portones de hierro.

A la luz del día es difícil imaginar esos demonios contra los que toda protección parece poca. Y no puedo evitar recordar esas películas de vampiros que invadían las calles con la noche, obligando a los habitantes a refugiarse en sus casas, trancar las puertas y esperar aterrorizados la llegada del nuevo día.

Los peligros modernos portan rasgos atávicos, ancestrales. Quién sabe cuánto deberá pasar para que el espacio que comienza más allá de los muros de las casas vuelva a ser realmente público.

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La Puntilla: un Murillo cuyano /2007/11/la-puntilla-un-murillo-cuyano/ /2007/11/la-puntilla-un-murillo-cuyano/#comments Fri, 30 Nov 2007 11:15:15 +0000 /2007/11/30/la-puntilla-un-murillo-cuyano/ Seguir leyendo La Puntilla: un Murillo cuyano ]]> Capilla de la Virgen de la MercedUna pequeña parroquia de adobe pintada de amarillo se recorta contra la seca geografía de La Puntilla. Esa sola imagen justifica la pausa en el mediodía riojano, pero no la distingue de otras antiguas capillas de tantos pequeños pueblos agobiados por la sequía entre las Sierras de Velasco y las alturas del Famatina.

La Capilla de la Virgen de la Merced, sin embargo, guarda un secreto en el pequeño recinto: una pintura de Santa Lucía atribuída al pintor español Murillo.

Capilla de la Virgen de la Merced


La tela, que muestra el paso del tiempo y de manos probablemente inexpertas, es celosamente custodiada por la señora que porta las llaves de la pesada puerta del templo, y solicita que no haya fotos porque le han dicho que la pintura se arruina. Insistir en que el daño es provocado por el flash y no por la foto no ayuda mucho, pero finalmente admite una tímida y única toma que no le hace justicia ni al cuadro ni al recinto.

Quizás el cuadro sea apócrifo, quizás realmente haya sido pintado por el artista español. No creo que importe demasiado. La magia de encontrarlo en el lugar más inesperado lo hace merecedor de Murillo y nos vamos con esa esperanza.

Capilla de la Virgen de la Merced

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Tres breves de Taipei /2007/08/tres-breves-de-taipei/ /2007/08/tres-breves-de-taipei/#comments Fri, 10 Aug 2007 12:04:02 +0000 /?p=156 Seguir leyendo Tres breves de Taipei ]]> Uno: La primer sensación al caminar por las calles de Taipei es la de ser un analfabeto. No se trata de no entender la lengua, sino de ser incapaz de leer cartel alguno. Miles de letreros inundan las calles, todos incomprensibles para un occidental ignorante de la grafía del mandarín. Lo mismo con las denominaciones de las calles. Para llegar con éxito alguna parte es imprescindible conseguir que alguien escriba en ideogramas la dirección deseada, para exhibir ese papel a transeúntes, choferes de taxi, o quien sea que pueda ayudarnos en el camino.

Dos: Un joven en el metro llevaba una cartera con la imagen del Che. Como muchos jóvenes, podía comunicarse en inglés y amablemente accedió a un pedido del amigo Rataube a sacarnos una foto. No sin cierto cholulismo le explico que soy de la patria del Che y me mira sin comprender. “Del Che Guevara”, le explico, señalando la foto de Kordas que exhibía en su cartera. “No sé quién es”, explica el muchacho, “la llevo porque es cool”.

Tres: La última noche salimos a tomar una copa y llegamos a un bar con show en vivo de cuidadosa escenografía occidental. Es probable que esa estética estuviera pensada para atraer turistas, de hecho durante las pocas horas que estuvimos allí casi no hubo más que extranjeros. El grupo de música interpretaba conocidos éxitos de bandas norteamericanas y la bebida más popular era la cerveza Heineken. Curiosamente, el único toque oriental lo daba una extranjera, nuestra amiga Kizu Naoko de Japón, con un hermoso kimono.

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El mercado nocturno Shilin /2007/08/el-mercado-nocturno-shilin/ /2007/08/el-mercado-nocturno-shilin/#comments Wed, 08 Aug 2007 13:22:57 +0000 /?p=155 Seguir leyendo El mercado nocturno Shilin ]]>

Los mercados nocturnos forman parte de una milenaria tradición china. Se trata de grandes espacios públicos cuya actividad comienza antes del anochecer y continúa hasta bien entrada la noche, cuya principal actividad es la gastronomía.

En Taipei, durante Wikimanía, solíamos ir a uno de estos caóticos bazares llenos de gente y de los más diversos y extraños olores: el mercado Shilin.

Para llegar a este puesto en el que un habilidoso cocinero preparaba nuestra comida, había que pasar una cantidad de pequeños kioskos que preparaban comidas irreconocibles para un recién llegado de las antípodas. Un puesto ofrecía enormes chorizos de aspecto bien parecido a los criollos, pero con un olor tan distinto, fuerte y penetrante, que dudo que su gusto fuera siquiera cercano. No lo sabré nunca porque no tuve el valor suficiente como para probarlos.

La mayor parte de estos puestos preparaban frituras en enormes wok, pero al que íbamos gran parte de los wikimaníakos era al de la película, donde todo se cocinaba sobre una gran plancha de metal, a base de pescados y frutos de mar (salmón, langostinos y calamares), carne de vaca y de cerdo, y pollo, además de verduras saltadas en manteca (espárragos, brotes de soja y otras que no pude identificar); que acompañábamos con cerveza taiwanesa.

shilin market

De las frituras, nada puedo decir, pero todo lo que comí en este simpático puesto fue de muy rico a excelente. Si pasas por Taipei, no dudes en intentar encontrarlo.

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Taipei, allá vamos /2007/07/taipei-alla-vamos/ /2007/07/taipei-alla-vamos/#respond Tue, 24 Jul 2007 10:37:55 +0000 /?p=150 Seguir leyendo Taipei, allá vamos ]]> Hay un poema apócrifo atribuido a Borges que antes circulaba en posters adornados con imágenes bucólicas y ahora invade páginas web con ventanas de publicidad, en el que ese supuesto Borges -algo reblandecido, por cierto- reniega de, entre otra cosas, haber llevado su paraguas a todos lados.

Pues bien, ese supuesto Borges debería haber conocido al amable y previsor THD, pues ya me ha advertido que carece de sentido transportar un paraguas al otro lado del mundo cuando puede comprarse en Taipei por aproximadamente u$s 3.

Jamás hubiera preguntado por un paraguas, pero se ve que en esta época del año las tardes de Taiwán son lluviosas y THD incluyó en su amable consejo todo aquello que le ha parecido relevante.

Lo cierto es que según la Wikipedia, estamos en plena época de lluvias por influencia del monzón del suroeste.

Los 30º de temperatura promedio, sumados a la lluvia, auguran un ambiente húmedo parecido al de La Plata en el mes de marzo. En lo que hace al clima, supongo que me sentiré como en casa.

Dicen las notas de viajes de Wikimanía que el idioma puede ser una barrera importante, si bien muchos jóvenes dominan el inglés debido a una política de enseñanza de ese idioma que lleva algunos años. De todas maneras he estado recibiendo algunas instrucciones básicas de chino mandarín, especialmente las fórmulas de cortesía usuales. En mi experiencia, saludar en el idioma local cuando uno se encuentra en un país extraño, puede ser una llave mágica. Indica respeto y consideración por parte del visitante, y los anfitriones siempre consideran el esfuerzo que ese gesto conlleva. Veremos si allí funciona de la misma manera.

He recibido un “Call for photographers, writers and cameramen” de parte de la organización, solicitando que todo aquello que documentemos de Wikimanía sea publicado en un sitio colectivo, o bien agreguemos el tag Wikimania2007 a nuestras entradas de blog. Por lo pronto, ya he agregado esa categoría en este sitio.

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La playa me fastidia /2005/08/la-playa-me-fastidia/ /2005/08/la-playa-me-fastidia/#comments Mon, 30 Nov -0001 00:00:00 +0000 /index.php/2005/08/18/la-playa-me-fastidia/ Seguir leyendo La playa me fastidia ]]> Nunca me entusiasmó mucho la playa. Me gustan como a cualquiera esos paisajes bucólicos de atardecer -o amanecer, según la ubicación del espectador y de la playa-, y también un partido de fútbol en la arena, un desafío de voley playero, una partida de tejo o un truco bajo la sombrilla. También el avistaje de señoritas generosas y de atuendos mínimos, por qué no.

Pero el sol incandescente del mediodía me fastidia en un grado supremo. La arena me molesta. La sal marina tiene esa pésima costumbre de dejar la piel pringosa y como si todo esto fuera poco, las multitudes me abochornan.

Es decir, playa sólo de a ratos y si es posible, en los momentos y lugares en que la gente no se amontone.

Aquel verano de la foto de Cabo Polonio, nos hospedamos un par de semanas con Marcelo y María en La Paloma. Desde temprano estábamos en la playa y nadie me prestaba atención cuando antes del mediodía anunciaba mi retiro y consultaba en vano si alguien iría a las cabañas a almorzar así preparaba un plato adicional de comida. A la hora del mate, luego de la siesta y la lectura, volvía a rumbear hacia la arena sólo para constatar que nadie me había extrañado.

De ese verano es la foto de Cabo Polonio. Sólo se puede llegar a esa playa con vehículos especiales a través de los médanos y al menos hasta hace poco carecía de luz eléctrica y gas. Yo había escuchado docenas de relatos sobre su magnífico paisaje y la aventura excitante de prescindir de las facilidades de la vida moderna. La verdad es que acostumbrado a acampar en lugares inhóspitos o a navegar en veleros poco equipados, la falta de esas comodidades no me emocionaba demasiado, pero se supone que Cabo Polonio le agrega el encanto de la vida en comunidad. Acampando sobre un glaciar sólo tendrás la compañía de los dos o tres locos de atar que te acompañan, pero en Cabo Polonio, a las mismas comodidades del glaciar podrás agregarle la posibilidad de sobrevivir confeccionando tartas y pan casero en un horno de ladrillos, como me contaba con entusiasmo un vecino artista que había atravesado con éxito esa experiencia.

La playa tiene la figura de una amplia bahía y es, la verdad sea dicha, muy hermosa. El mar forma una laguna de baja profundidad y cuando uno se cansa de nadar puede arrimarse a los barcos de la foto en busca de pescado fresco. Pero allí se termina la leyenda. Porque cuando uno se da vuelta y observa el paisaje de espaldas a la playa, lejos de ver un paisaje bucólico de campo poblado de ranchitos precarios pero pintorescos, lo que impacta es el amontonamiento caótico típico de asentamiento de conurbano bonaerense, de paredes sin revocar y casas a medio construir con materiales de descarte -todo sea para atraer turistas emocionados por una experiencia distinta.

La muchedumbre que se encuentra en la playa, entre las casas, en la feria, no ayuda a que uno se sienta conectado con lo natural, lo comunitario, lo sencillo. Ni qué hablar de la fiebre de consumo que se contagia especialmente con las visitas de fin de semana y se percibe en la feria cuidadosamente improvisada de Cabo Polonio, sólo comparable a esa especie de feria franca de Florencio Varela que es el Chuy, en la frontera uruguayo-brasilera.

Cabo Polonio tiene una hermosa leyenda y un gran paisaje, pero para ser sincero prefiero La Paloma. Y si hablamos de esa zona de Uruguay, prefiero aún más La Pedrera. Pero no la playa, claro que no, sino un pequeño restaurante sobre el alcantilado, donde te recibe el olor a pescado fresco y ajo, y la comida tarda en llegar a tu mesa lo que requiere para cocinarse, ni mucho ni poco, y los sabores son tan auténticos que nunca dudarás en pagar lo que te pidan -y jamás será demasiado, de todas maneras.

Porque la playa, aunque me fastidie, tiene algunos encantos que hay que saber descubrir.

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Cabo Polonio /2005/08/cabo-polonio/ /2005/08/cabo-polonio/#comments Mon, 30 Nov -0001 00:00:00 +0000 /index.php/2005/08/17/cabo-polonio/ Cabo Polonio

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Persiguiendo a la Maga /2005/08/persiguiendo-a-la-maga/ /2005/08/persiguiendo-a-la-maga/#comments Mon, 30 Nov -0001 00:00:00 +0000 /index.php/2005/08/07/persiguiendo-a-la-maga/ Seguir leyendo Persiguiendo a la Maga ]]> La primera vez que aterricé en Paris fue en enero del 98 y el frío asustaba tanto como el idioma. Iba al encuentro anual de Reality of Aid, una iniciativa destinada a documentar y analizar la cooperación Norte-Sur, adonde estaba invitado por haber sido uno de los redactores del capítulo sobre Argentina de ese año.

En la vieja agenda de ese año tengo escrito “Suerte que me tocó venir en invierno. Siempre imaginé París con los árboles sin hojas”. El idioma fue un problema al principio. Con el conserje del hotel -un hotel pequeño, cerca de donde se celebraba la reunión, en el 16me Arrodisement- tuvimos una sesión de dígalo con mímica hasta logré que entendiera que quería planchar mi camisa: hubo un momento en que el conserje dijo “Ah, oui”, desapareció por una puerta y volvió con una plancha.

Mi viejo me había anticipado “los franceses no son antipáticos como dicen, pero detestan que antes de comenzar una conversación no se los salude”. Téngalo en cuenta todo aquel que esté por pisar tierras galas: un simple “Bonjour Monsieur, Madame” hace maravillas.

Creo haber llegado un par de días antes del encuentro porque tuve al menos uno o dos días para pasear, perder el aliento con la Torre Eiffel, maravillarme con Sacre Coeur y deambular por las callecitas del Barrio Latino. El plan había sido encontrarme con Darío y Adriana, de luna de miel mezclada con estudio de idiomas, pero inesperadamente la señora de la casa donde se alojaban me dijo en perfecto inglés que no estaban, y agregó, marcando cada palabra: “and they are no coming back again”, para luego cortar abruptamente. “Caramba”, pensé, “Darito ha tenido una discusión con esta señora”.

Mientras estuve metido de lleno en el encuentro -jornadas agotadoras con participantes de las más diversas latitudes-, París era una escenografía de fondo en el trayecto de ida al centro de reuniones, a la mañana temprano, y de vuelta, cuando había oscurecido. A la vuelta París era también el olor al pan recién horneado, toda una sorpresa. Para mí, el olor del pan invadiendo las calles siempre fue un olor de mañanas escolares o de madrugadas trasnochadas, nunca de la tarde.

Cuando terminó el encuentro tuve algún día más de paseo -ya con Darío y Adriana, que efectivamente habían tenido un entredicho algo violento con su anfitriona-, antes de partir a Bruselas. Acompañado por amigos, París fue menos solemne, más cálida, no tan inabarcable.

Pero fue en mi primer día en París, en perfecta soledad, que pude cumplir con una deuda personal al reproducir con toda intención los pasos de Horacio buscando a la Maga, casi como en un ritual, caminando por la vera del Sena hasta ver la curva del Quai de Conti y luego el Pont des Arts. Es el único homenaje que alguna vez le he hecho a Cortázar, cualquier lector de Rayuela sabrá comprenderme.

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