Resulta curioso cómo distintos procesos van reemplazando a la voluntad popular en los países democráticos. Desde que existe el legislador como concepto y como realidad histórica es conocido que los hechos son generalmente más tozudos que las leyes, y que legislar contra la costumbre es una idea aventurada y por lo general inútil.
Pero en este post no intento referirme a fenómenos que la tradición jurídica conoce tan bien, sino a cuestiones algo más novedosas y con efecto sociales y políticos más delicados.
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