El sustantivo trucha, como todos en el mundo hispanoparlante lo saben, es ese pez de agua dulce que transita lagos y ríos e inquieta los sueños de los pescadores de mosca. En el lunfardo rioplatense, desde tiempos inmemoriales, también alude a la cara, al rostro de las personas: en El raje, una milonga de Juan D’Arienzo y Héctor Varela con letra de Carlos Waiss, el poeta increpa a su amada:
Por lo menos hoy estás
con la trucha bien cuidada,
te empilchás bastante armada,
y regular lo demás.
Ignoro cómo llegó la trucha a ser cara, imagino que por eso de que los peces suelen ser puro ojos y no parecen mucho más que un rostro con cola. En cambio, la evolución que me interesa y de la que hace años escuché una explicación verosímil es la de la transformación de aquél pez o este rostro en el adjetivo trucho/a, que como todo buen rioplatense sabe se aplica a lo falso, y en particular, a las falsificaciones berretas y a las mentiras torpes.
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