Uno: La primer sensación al caminar por las calles de Taipei es la de ser un analfabeto. No se trata de no entender la lengua, sino de ser incapaz de leer cartel alguno. Miles de letreros inundan las calles, todos incomprensibles para un occidental ignorante de la grafía del mandarín. Lo mismo con las denominaciones de las calles. Para llegar con éxito alguna parte es imprescindible conseguir que alguien escriba en ideogramas la dirección deseada, para exhibir ese papel a transeúntes, choferes de taxi, o quien sea que pueda ayudarnos en el camino.
Dos: Un joven en el metro llevaba una cartera con la imagen del Che. Como muchos jóvenes, podía comunicarse en inglés y amablemente accedió a un pedido del amigo Rataube a sacarnos una foto. No sin cierto cholulismo le explico que soy de la patria del Che y me mira sin comprender. “Del Che Guevara”, le explico, señalando la foto de Kordas que exhibía en su cartera. “No sé quién es”, explica el muchacho, “la llevo porque es cool”.
Tres: La última noche salimos a tomar una copa y llegamos a un bar con show en vivo de cuidadosa escenografía occidental. Es probable que esa estética estuviera pensada para atraer turistas, de hecho durante las pocas horas que estuvimos allí casi no hubo más que extranjeros. El grupo de música interpretaba conocidos éxitos de bandas norteamericanas y la bebida más popular era la cerveza Heineken. Curiosamente, el único toque oriental lo daba una extranjera, nuestra amiga Kizu Naoko de Japón, con un hermoso kimono.