La consecuencia más grave de epidemias como la gripe porcina no es el riesgo de contagio ni de muerte, sino el miedo.
La gripe porcina no llega a 2.000 casos confirmados en el mundo, y una mortalidad inferior al 4%. Sin embargo, hay poblaciones aisladas, fronteras cerradas, gente encerrada en sus casas y millones de personas que evitan, temen, rechazan al otro porque quizás sea portador del terrible virus. Cada vez que una amenaza como ésta invade los titulares de los periódicos, el hombre vuelve a ser el lobo del hombre: el vecino, el amigo, el desconocido, todos son enemigos. No hay solidaridad cuando hay miedo a que el aliento invisible de otra persona -cualquiera- nos mate.
Si en los primeros años del SIDA los homosexuales sumaban una discriminación adicional a la que soportaban por su condición sexual, anticipo que los mexicanos sufrirán el mismo escarnio sumado a su condición de latinos. Sólo por haber sido el sitio donde al virus H1N1 se le ha ocurrido saltar a los humanos. Y el bochorno de nuestro país, que como toda respuesta ha cerrado su frontera con México (en el mundo, sólo comparte esta vergüenza con Perú), en un acto que encierra una confesión: la de la incapacidad absoluta para monitorear el flujo de personas que viene de lugares de riesgo, pero que refuerza la discriminación, acentúa el pánico y previene casi nada, ya que con el sencillo expediente de tomar un vuelo adicional se puede arribar desde tierras aztecas sin inconvenientes.
Es curioso el miedo. En Argentina no hay, al momento de escribir estas líneas, ni casos sospechosos y ni -mucho menos- muertos. Sin embargo he visto personas circulando con barbijos, evitando hasta la comunicación más elemental, la de los gestos, con los vecinos; indicando a las demás personas que son una amenaza, y que tomarán las medidas que fueren para escapar de esa amenaza.
No parece haber barbijos que prevengan epidemias endémicas, mortales y ya añosas: sólo en la región de La Plata y alrededores, muere un promedio de una persona por día en accidentes de tránsito. Pero esa estadística trágica sólo recibe atención oficial, por algunas horas, cuando los muertos son muchos.