No es la pretensión de este blog convertirse en una colección de recetas de cocina. No podría: no tengo tantas ni son tan buenas.
Pero las redes sociales han matado a los blogs: si tengo algo breve para decir, lo twiteo. Si no es tan breve, lo comparto en Facebook. Y pocas veces uno tiene el tiempo, las ganas y el tema para escribir algo que exceda esas dimensiones estandarizadas.
Y entre las pocas cosas que requieren textos más extensos están los hallazgos felices en la cocina. Los que no son felices quizás sean incluso más instructivos, pero quién tiene ganas de decirle al mundo que ha cocinado una porquería.
En fin, vamos al punto: hay un plato económico típico de la cocina argenta. Pollo al horno. Generaciones enteras se han esforzado para encontrar aderezos afortunados que eviten el tedio y la repetición. Y es por eso que me enorgullezco de compartir con ustedes la receta definitiva de la salsa para acompañar ese clásico.
Tomen una cacerola pequeña o una sartén y derritan un trozo generoso de manteca. Agreguen tres o cuatro dientes de ajo picados (pero no demasiado picado: tienden a quemarse en el momento en que uno se distrae).
Cuando los pedacitos de dientes de ajo toman color, agreguen el jugo de dos limones, sal (generosamente) y pimienta a gusto. También ají picante picado en la cantidad que estimen necesaria. Mi opinión es que tiene que ser bastante, el picante le agrega mucha onda a la salsa, pero también es cuestión de gustos.
Dejan calentar a fuego lento, y con el primer hervor agregan tequila (digamos, medio vaso) y perejil picado. Y dejan reducir a fuego muy bajo una media hora, con cuidado de que no se evapore todo el líquido, en cuyo caso, más tequila.
Sacan el pollito, que deberá tener la piel dorada y crujiente, y lo bañan con esta salsita. Y después me cuentan.