Los diseñadores de cuartos de hoteles deberían dormir en sus propias creaciones. Quizás de esa manera se darían cuenta que resulta inconveniente poner el enchufe más cercano a la cabecera de la cama a unos tres metros de distancia de la misma.
Imposible, por ejemplo, recargar el celular (tarea propia de las horas de sueño) y utilizarlo al mismo tiempo de despertador.
Claro, uno puede pedir en la recepción que lo llamen por teléfono a la hora señalada, pero es que el teléfono se encuentra a cuatro metros de la almohada, en un coqueto escritorio. No es solución.
El hotel del que hablo ofrece internet en las habitaciones, pero por algún designio incomprensible (pero lo he visto en otros, de manera que lo de incomprensible es para mí y evidentemente no para los hoteleros), no hay wifi sino cable de red. Este cable mide 1,20 metros y se encuentra enchufado a un router bajo el estante que sostiene el televisor. Es decir, cerca de los pies de la cama, Imposible acostarse mientras se leen las noticias (atrasadas) de la patria. Eso no es tan grave: sí lo es que hay un escritorio, a unos 2 metros del televisor: por más que uno esté tentado de estirar el cable, nunca llegarán a estar juntos, mesa y computadora. Trabajar con la netbook en ese escritorio y estar conectado son dos tareas incompatibles.
El resultado es que uno termina sentado en el piso, usando la pared como respaldo, para poder utilizar el servicio de internet.
Hay un extraño capricho con los enchufes en este hotel que no se agota en esos ejemplos: para enchufar la netbook cerca del router, hay que desconectar el televisor o el router. La alternativa es utilizar un enchufe cerca de la puerta, para lo que hay que rodear el armario y una pared divisoria. La netbook queda entonces tironeada cual Tupac Amaru entre dos cables que llevan direcciones opuestas y la opción de sentarse en el piso con la pared de respaldo ya es un lujo del pasado: hay que mirar la pared y sentarse en posición de loto cual aprendiz de Siddharta Kiwi.
Eso con los enchufes e internet. Del baño no diré una palabra: quizás esa mezcla de cabina telefónica, armario de plástico y nave espacial sea un signo de la modernidad y no quiero quedar como un viejo nabo si lo critico.
Ah, se trata del coqueto Hotel Allegra en el centro de Berlín.