Avatar es la nueva y elogiada película de James Cameron. Es una vieja historia -o una suma de viejas historias-, como suelen ser los buenos relatos: la reescritura de un puñado de mitos elementales.
Avatar sucede en un mundo llamado Pandora, exuberante de vida, donde escondidos en la selva e integrados de manera íntima con esa naturaleza desbordante habitan los Na’vi, una raza de enormes bípedos humanoides. Visten ropas y pinturas en el cuerpo quizás inspirados en los pieles rojas.
Seguramente ya han visto la película. O deberían. En todo caso, no voy a comentarla. Sólo mencionar que contiene una maravillosa cita de Cortázar, quizás buscada, quizás fruto de la casualidad -más habitual de lo que es posible suponer en esta reescritura constante de las mismas historias.
Hay un momento de la película en que Jake Sully descubre, como en una revelación, que su avatar Na’vi no es tal, sino al contrario, y piensa, al salir de su cámara, “todo es al revés ahora: lo de allí es el mundo real, y lo de aquí es un sueño“.
En La noche boca arriba, famoso cuento de Julio Cortázar, un personaje sufre un accidente de moto y en su convalecencia sueña de a ratos. En sus sueños encarna a un guerrero moteca que intenta escapar de los poderosos aztecas en medio de la guerra florida. En uno de esos sueños es atrapado. Intenta despertarse y mantenerse en la comodida de la cama de hospital, pero, como cuenta Cortázar, “[…] Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños…”.
Cuando escuché esa frase a mi también me vino en seguida a la mente el cuento de Cortázar.
Pero para un buen relato no alcanza con reciclar viejas historias, es necesario al menos algún elemento original. Aquí toda la originalidad se canaliza en los efectos visuales y nada en la narrativa. El otro día entre cuatro amigos nos llevó un buen esfuerzo pensar algún elemento de Avatar que no hayamos visto/leído antes en otra parte.