Para el resto del mundo, este partido estaba de más: sólo se necesitaba para conocer cuántos serían los goles de los catalanes, disfrutar con su técnica y aplaudir la premiación.
En la Argentina, en cambio, todos sabían que el resultado no estaba puesto. Lo sabían los hinchas de otros equipos: aún está fresca en la memoria aquella persecución implacable al poderoso Boca en 2006 y el partido final, en una saga épica que no encuentra semejanzas en nuestra historia futbolera.
Lo sabíamos los pinchas: hace 41 años este equipo fue hasta Inglaterra a enfrentar a la Selección campeona del mundo, reforzada por el norirlandés Best y se volvió con la Copa. Hace sólo seis meses fue hasta el Mineirao, un infierno encantador lleno de banderas que saludaban prematuramente al campeón que no fue.
Lo sabían hasta los triperos, que conocen mejor que nadie esa vocación inclaudicable. Fue por eso que, a pesar de lo que pagaban las apuestas, todos los medios argentinos reflejaron la previa con prudencia.
En España se preguntaban quién sería la figura del Barça, ya no el resultado. Habrá sido por esos análisis previos que Messi resultara el jugador más destacado a pesar de que no lo justificó en la cancha y que fue bendecido por una rara indulgencia arbitral.
A pesar de estos pronósticos, Estudiantes no fue de gentil partenaire a esperar la anunciada derrota. Que fue digna, que fue agónica, que desbarató esas fantasías primermundistas de baile, toque lujoso y goleada. Pero que, al fin y al cabo, fue derrota. Soñábamos, por qué no decirlo, con silenciar a los dueños de la billetera. Alguien sumó las cotizaciones de los jugadores y las distancias eran aún más obscenas que las de las casas de apuestas: de unos 35 millones de euros a más de 1.200 millones. Soñábamos con maradonear a esos periodistas que preguntaban por las patadas albirrojas. Supuestos especialistas que no han visto un solo partido de Estudiantes de los últimos años. Para qué, si la superioridad era tan abrumadora que por qué no preguntarles a los sudacas con qué malas artes pensaban detener a esa Selección internacional, ese equipo que tendrá unos once jugadores entre los representativos del Mundial 2010.
Estudiantes jugó un primer tiempo brillante: las estrellas del equipo catalán estuvieron sometidas a una presión constante y no pudieron dar tres pases seguidos, hasta que Boselli se coló entre los dos centrales y marcó el 1 a 0.
En el segundo tiempo los pinchas sufrieron el desgaste del partido y del año, y fueron empujados hacia su arco. Crecieron como gigantes Albil, Desábato, Cellay y Ré. Pero, cuando faltaban sólo dos minutos, el sueño se interrumpió. No había piernas para media hora más de juego; el resto es historia conocida.
Pero ese sueño no termina aún. El insaciable Verón ya está deseando la revancha. Como todos los pinchas, orgullosos y deseosos de ir por más.
*Publicado en Crítica de la Argentina en su edición del 20 de diciembre de 2009.
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