En mi último viaje me distraje leyendo la Rolling Stone. Además de las habituales críticas de música, los reportajes rockeros (entre ellos un reportaje insufrible a un insufrible Fito Paez) y algunas perlitas como una nota al siempre interesante Miguel Brascó, había un artículo de fondo escrito por Naomi Klein sobre la evolución política y económica de China, esa mezcla sorprendente de represión y obsesivo control social del peor comunismo con la explotación e insensibilidad propias del peor capitalismo.
Klein pone el foco en el uso extendido de las más modernas tecnologías aplicadas a la vigilancia, en uno de los nuevos centros urbanos, desarrollados a partir de este febril experimento cuya eficacia parece estar fuera de toda duda. Se refiere en particular a la ciudad de Shenzhen, hasta hace poco un delta surcado por cursos de agua y plagado de arrozales, hoy una metrópolis vertiginosa y moderna donde se fabrican los gadgets tenológicos de moda.
Pero Shenzen no sólo se destaca por las grandes marcas que allí se han radicado, sino por las más de 200.000 cámaras de vigilancia que se han instalado en los últimos dos años en la ciudad, y las 2 millones que se planean instalar en los próximos tres años. Shenzen es una ciudad donde no existe la vida privada: cámaras disimuladas como dispositivos de alumbrado público vigilan cada esquina, mientras -con el aporte invalorable de empresas norteamericanas- se utilizan para testear programas de reconocimiento de rostros para identificar automáticamente quién es esa persona que espera el transporte, con quién conversa, hacia dónde se dirige.
La muletilla que sirve como excusa para estos avances no es, sin embargo, patrimonio oriental: en todas las latitudes suele escucharse cada tanto (y en estos días parece ser que toca), la justificación proto fascista que reza que “no tienes que preocuparte por estas medidas: si no eres un delincuente no tienes nada que temer”, plantando la sospecha de antemano sobre cualquiera que reclame por sus derechos más elementales.
La defección de las potencias occidentales luego del atentado a las Torres Gemelas también es una excusa valiosa: Londres ya tiene medio millón de cámaras de vigilancia en sus calles, y se ha creado una suerte de sentido común a partir de la amenaza genérica de la inseguridad (provocada por temor al terrorismo en las grandes potencias, por el crimen callejero en los países del sur) que dice que el amparo va de la mano de la restricción de los derechos civiles. En mi opinión, es esa noción la que constituye una terrible amenaza sobre la democracia y sobre los ciudadanos.
Olvidé la revista en el asiento del avión al descender. Sin embargo, encontré la versión original en el sitio web oficial de Naomi Klein: China’s All-Seeing Eye.
También, y aunque merece un post propio, hay un cuento de Cory Doctorow que va en la misma línea y merece ser leído: Engoogleados, cuya trama comienza no mucho más allá de donde termina el artículo de Klein. Y la línea que separa el artículo periodístico del cuento de ciencia ficción es tan sutil que cuesta distinguir uno de otro.
¿Y cómo almacenan las grabaciones? 200 mil cámaras en una hora generan 200 mil horas de video. ¿Cómo se almacena eso? ¿Durante cuánto tiempo?
Muy interesante, luego voy a leer el texto original completo.
Hace poco estuve leyendo en “Video-Cuadernos VI: Textos de Arlindo Machado” (Buenos Aires, Nueva Libreria, 1994) algo muy relacionado con ésto. Allí Machado plantea que todos estos controles hacen que, independientemente de la viabilidad o no de procesar semejantes volúmenes de información (tópico que plantea emijrp en sus preguntas), la sociedad termine comportándose como si estuviese en un gigantesco panóptico.
“El panóptico es un centro penitenciario ideal diseñado por el filósofo Jeremy Bentham en 1791. El concepto de este diseño permite a un vigilante observar (-opticón) a todos (pan-) los prisioneros sin que éstos puedan saber si están siendo observados o no.” (extraído de Wikipedia)
Me pregunto si en China censuran las obras de Orwell y de Foucault. Dificil leer esto y no pensar en el Gran Hermano o en el panopticon.