Entre esperas interminables en el aire y esperas interminables en los aeropuertos, leí finalmente el libro de Saramago que, según dicen, le valió el Premio Nobel: “El evangelio según Jesucristo”.
Hace años lo tenía en la mira y hace años que lo postergaba, quizás por la decepción pequeña del “Manual de pintura y caligrafía” y la decepción enorme de “La caverna”.
Pero la maravilla de “Todos los nombres”, que me deslumbró hace años con un relato existencial conmovedor, simple y kafkiano si esos dos adjetivos fueran al mismo tiempo posibles, me empujó finalmente hacia la novela de Saramago. (También hizo lo suyo esa pequeña joya llamada “La isla desconocida”.)
Qué decir que suene sincero y no meramente provocador. No fue una decepción tan grande como aquella fábula sobre la fábula de Platón ni tan pequeña como la del “Manual…”, pero teniendo en cuenta que se trata de su texto consagratorio la sensación final fue más parecida a la primera. (Y ahora que lo pienso, quizás el “Manual…” no fuera tan malo, pero yo venía encandilado por “Todos los nombres”).
No voy a descubrir que Saramago escribe como los dioses -ese estilo tan particular de largos párrafos sin puntos, el uso magistral de la coma, la maestría de narrar simple utilizando técnicas de enorme complejidad (la maestría consiste en eso: que lo complejo se oculte invisible a los ojos del lector). No se encuentra allí la causa de mi decepción, también “La caverna” está escrita magistralmente. En aquél caso, mi sensación fue que una metáfora ramplona, de vuelo bajo y llena de estereotipos acerca de otra metáfora, no soluciona sus problemas ni toma altura por la mera pericia en el arte de narrar.
En “El evangelio…” me atrapó el inicio (los retratos de José, de María y del entorno árido y violento del lugar y de la época, son, con mucho, lo mejor de la novela), me interesó hasta pasada la mitad del libro, me despertó algunas prevenciones hacia sus tres cuartas partes, y me fastidió la forma de resolver todos los caminos que había abierto en el relato, elecciones todas desafortunadas que se resumen en el reemplazo del maniqueísmo del Dios bueno y el Diablo malo por otro maniqueísmo no menos trillado del Dios malo (y estúpido) y el Diablo bueno (y sofisticado).
Lo lamento: no me gustó. Pero no lo lamento por Saramago, a quien no hará ninguna mella esta opinión. Lo lamento por mí que no he podido ver, en ese libro, lo que a tantos otros ha fascinado.
Hola. Solo queria decirte que “El evangelio segun Jesucristo” no es la novela que le valio el Nobel, ya que ese premio es a la trayectoria.
A mi me gusto mucho. Pero el que mas me gusto de el, junto con los ensayos, es “El año de la muerte de Ricardo Reis”, ¿lo leiste? Me parece un libro esplendido. Dificil, pero estupendo.
Saludos