Las callecitas de Tlalpan, en la zona sur de la ciudad de México, combinan antiguos empedrados, vivos colores, ventanas y rejas que sobreviven a líneas hispanas de un pasado remoto, altísimos muros que se prolongan con alambrados electrificados, sombríos portones de hierro y ominosos rollos de púas que sorprenden al caminante desprevenido.
Escribo sobre Tlalpan, cuyo hermoso zócalo, su antigua Iglesia y los frescos que engalanan el edificio de la Delegación casi que lo redimen, pero podría referirme a cualquier colonia suburbana de México DF o a otra metrópolis de esta región del mundo, tal parece ser la tendencia de las grandes ciudades latinoamericanas.
Detrás de esos portones de hierro quizás haya un lujoso condominio, quizás una más humilde vecindad fortificada, lo cierto es que esos muros imponentes coronados de espinas de metal son a veces el único paisaje que flanquea las veredas estrechas.
Intentando una descripción adecuada y sintética, mencioné la idea de una “ciudad amurallada”. Mi anfitrión, antropólogo experto, me dijo al pasar que sabía de un libro así titulado, que intentaba escrutar el fenómeno de sociedades cada vez más violentas, inseguras y aisladas. Sin embargo, se me ocurre que no es la metáfora más feliz: lo que se encuentra amurallado son las casas, el espacio privado; mientras que por el espacio público, la ciudad, circula una amenaza feroz que justifica la altura de los muros, las cercas electrificadas, los rollos de púas, los guardas de seguridad tras los portones de hierro.
A la luz del día es difícil imaginar esos demonios contra los que toda protección parece poca. Y no puedo evitar recordar esas películas de vampiros que invadían las calles con la noche, obligando a los habitantes a refugiarse en sus casas, trancar las puertas y esperar aterrorizados la llegada del nuevo día.
Los peligros modernos portan rasgos atávicos, ancestrales. Quién sabe cuánto deberá pasar para que el espacio que comienza más allá de los muros de las casas vuelva a ser realmente público.
Bien Pato, muy bueno, esto también tiene que ver con la accesibilidad y por supuesto se relaciona con la inclusión social, una mirada piola sobre un flagelo del como el humo de estos días nos envuelve, nos jode, nos afixia y en algunos casos hasta nos deja sin vida.
MARCELO