Aquél magnífico conductor de Televisión Registrada devenido en ignoto legislador, Claudio Morgado, está impulsado el tratamiento de un proyecto de ley que impondría un canon a todos los medios de almacenamiento digital.

La idea es la siguiente: como las personas -aún cuando compran un CD en una tienda oficial- tienen la pésima costumbre de digitalizar la música y pasarla a distintos medios -discos rígidos, pendrives, reproductores mp3, otros CDs antes vírgenes, etc.-, se propone gravar con un impuesto a todos esos medios de almacenamiento digital para crear un Instituto Nacional de la Música que reparta ese dinero entre los artistas.

Quienes conocen la historia del canon en España ya están familiarizados con la idea. No importa si en el CD virgen que compraste lo único que pensás grabar son las fotos de las vacaciones, si en el pendrive sólo tenés las presentaciones de tus clases, si en el mp3 guardás las canciones de tu propia banda, si en el disco rígido no hay una sola nota musical: pagás igual, por las dudas.

Más de uno pensará: “¡Bingo! ¡Si cobran este impuesto, entonces dejarán de perseguir a quienes comparten sus canciones!” Al menos en España, de donde se toma esta brillante idea, no: te cobran y te persiguen, todo al mismo precio.

A la industria musical se le ha volado el gallito, diría un amigo del campo en referencia a la veleta que aún adorna algunas casas. Leo hoy en el suplemente dominical del diario El Día dos notas que juntas conforman un oxímoron improbable: página 5, “La industria musical en el mundo cae en picada” (producto, claro está, de esos personajes de parche en el ojo, pata de palo y loro sobre el hombro); página 23, “A pesar de la piratería, la industria discográfica creció el 9,6% en 2007”.

La noticia, por supuesto, ha sido comentada en decenas de blogs y se ha creado un sitio de protesta.