Hoy se recuerda la muerte de Manuel Belgrano, prócer de la independencia de la Argentina y creador de la bandera, símbolo máximo de la patria que nacía en los diez últimos agitados años de su vida.
En su honor se celebra el Día de la Bandera, y en consecuencia las tapas de todos los diarios reflejan la presencia de la bandera más larga del mundo en los actos previstos. Una bandera de 13.000 metros de largo.
En el trayecto matutino hacia las obligaciones escolares de los niños y laborales de los padres, tuve la oportunidad de escuchar al mentor de esta ridícula obra de acomplejado patriotismo.
Es decir: los conceptos vertidos por este señor (lleno, no lo dudo, de buenas intenciones) ratificaron mi idea de que esta bandera expresa un patriotismo minusválido y vergonzante, que necesita expresar su importancia en cientos de miles de metros cuadrados de tela real porque no percibe, o peor aún, ha perdido importancia simbólica. Y la bandera es eso: un símbolo; que vale más en dos centímetros de tela condecorando la solapa de quienes se sienten cobijados por ella que por esa monstruosidad confeccionada con el objetivo de ingresar en la más conocida enumeración de sucesos ridículos. Sí, el libro Guiness de los récords.
¿Tanta es la necesidad de reconocimiento nacional, tan acomplejado se encuentra nuestro fervor patrio que cientos de personas se juntan para que la bandera aparezca en el Guiness? Una estupidez en toda la línea.
Y disculpe el que crea que estoy siendo irrespetuoso: es que en los últimos días he leído tantas noticias acerca de personas desprotegidas que han muerto de frío que no puedo evitar indignarme. Y han muerto en la misma patria que esa enormidad inservible de 13.000 metros de largo representa (pero que no la representa más que los pocos centímetros que mencionaba más arriba); quizás unos pocos metros de esa tela les hubieran brindado cobijo real y no mero amparo simbólico.
Decía el creador de este engendro que en las escuelas se ponían alcancías para que los niños aportaran sus monedas a la concreción de esta obra. ¿Pero cómo se honra mejor la memoria de Belgrano y la bandera misma? ¿Convirtiendo a la bandera en un fetiche que hay que adorar per se con patéticas obras faraónicas o enseñando que la bandera es símbolo de nuestra unión como pueblo y que esas monedas pueden ayudar a compatriotas abandonados en la miseria por nosotros mismos?
En fin, no cuenten conmigo. No necesito récords ridículos. Los dos centímetros cuadrados de cinta celeste y blanca que engalanan mi pecho me alcanzan y me sobran.
2 comentarios ↓
Cuando me han apurado con que no suelo usar escarapelas, banderas y otros distintivos patrios suelo responder con algo así:
- Yo me siento patriota, entre otros momentos, cuando pago los impuestos, ¿vos los pagás? :)
[...] libro también se hace espacio para incursionar en algunas costumbres legislativas, vinculadas al patriotismo acomplejado, a la mediocridad de algunos de nuestros representantes y a la fantasía reaccionaria de pensar que [...]
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