Murphy y la odontología

Como soy un tipo insaciable, luego del desastre del fin de semana, hoy tuve una mañana de dentista.

Es conocido por todos que hay un conjunto de aplicaciones específicas de las leyes de Murphy dedicadas a la odontología. La primera: cuando creas que terminaste tu tratamiento, se te romperá otra parte de la boca.

Efectivamente, la semana pasada había dado por terminado un largo, complejo y costoso tratamiento de restauración de las muelas del lado izquierdo. Pensé que no volvería a pisar el consultorio de un dentista al menos hasta terminar de pagar mi nueva sonrisa. Error: un ruido sospechoso al masticar y un dolor agudo después anunciaron la fractura de una nueva muela, esta vez del lado derecho.

Segunda ley odontológica de Murphy: la necesidad de una visita urgente al dentista siempre surge en el peor momento. Casualmente, hoy estaba sin auto, y el dentista queda tan lejos de mi casa como de mi trabajo. Casualmente hoy tenía fecha límite para entregar una serie de informes. Casualmente hoy tenía previstas una cantidad de citas impostergables.

Tercera ley odontológica de Murphy: si estás apurado, la cita con el dentista durará dos horas. Se trata de una sencilla traslación de una ley general de Murphy sobre la elasticidad del tiempo, que en el caso de la visita al dentista se agudiza notablemente.

Cuarta ley odontológica de Murphy: la anestesia hará efecto total en el momento en que te levantes del sillón para irte. No importa cuánto tiempo pase en medio, sentirás el torno que te agujerea las muelas y las neuronas, pero cuando salgas a la calle, el efecto anestésico será tan completo que no sentirías una bola de demolición en la mandíbula. Pero una vez que terminó la cita, sólo sirve para ir por la calle babeándote y mordiéndote la lengua sin darte cuenta.

Quinta ley odontológica de Murphy: el dentista hará preguntas ingeniosas e interesantes justo cuando no es posible hablar ni por señas. Hay dentistas más charlatanes que otros, en general todos desarrollan una tendencia al monólogo y se preguntan y contestan solos mientras varios tubos salen de tu boca y te aprisionan los dientes entre tenazas que uno hubiera jurado que eran de un taller mecánico. Normalmente uno apenas los escucha, más preocupado por la propia integridad física que por las anécdotas de la última cena de la Sociedad Odontológica. Pero inevitablemente, si en algún momento el monólogo se pone interesante y uno tiene una opinión para aportar, ése es el momento en el que tenemos clavadas tres limas de endodoncia. Por supuesto, el profesional ni se inmuta y luego de una pausa mínima expresa su opinión como si fuera la nuestra.

Finalmente, una recomendación personal: jamás toques nada en el consultorio del dentista. Hubo unos minutos en que el dentista salió a revelar una radiografía. Aburrido, me puse a curiosear el instrumental que estaba sobre la bandeja, entre otras cosas un pequeño recipiente con una superficie de paño donde estaban clavadas las limas de endodoncia. Incliné el recipiente para observar mejor y un chorro de líquido cayó sobre mi pantalón. No era agua. Era lavandina.

Si en la vida existen las compensaciones, no puedo menos que ganar la lotería.

PD: Por supuesto, nada de esto se aplica a mi dentista Damián, gran amigo y mejor profesional. No al menos mientras siga sometido a su torno, está claro.



Artículos relacionados

1 comentario hasta ahora ↓

#1 Pepe on 08.08.05 at 1:52 pm

¡Muy bueno! Falta sólo cuando te dejan con la boca abierta, te dicen vuelvo en un minuto y recién a la media hora vuelven cuando ya tenés la mandíbula acalambrada, la garganta reseca y la saliva te chorrea por la pera a pesar del aspirador.

Deja un comentario