Había escrito una entrada nueva para Señales de Humo.
Era sobre Riachuelo (Uruguay), un arroyo del Departamento de Colonia donde pasé veranos de mi infancia y compartí muchos fines de semana de invierno con mi viejo, cuando simulábamos participar en regatas sobre su velero NASHIRA, una embarcación de 25 pies de eslora, y una tripulación compuesta por lo más granado de sus amigos. Alguna vez volveré en una crónica sobre esas travesías y sobre Uruguay.
Riachuelo, al contrario que el río homónimo que desde esta orilla del Río de La Plata ha merecido la atención en otros tiempos de músicos, pintores, escritores -qué hermoso tango aquél de Cadícamo, Niebla del Riachuelo-, y que en estos tiempos sólo llama la atención de ecologistas alarmados por sus aguas muertas, al contrario que nuestro Riachuelo, decía, es un arroyo de aguas limpias con una angosta selva en sus márgenes y que desemboca entre dos playas de arena blanca.
En ese relato, recordaba la primera vez que pisé el viejo muelle donde a pocos metros el viejo Ventura había detenido su camioneta Ford T, con arranque a manija y caja de madera, en la que transportaba los bloques de hielo que vendía cada mañana a los navegantes. Recordaba también la curiosa tradición de escribir con carbón las paredes del quincho donde Ventura vendía provisiones y se reunían a cenar las tripulaciones de los veleros que llegaban a esas costas. Se debía escribir el nombre de la embarcación y la fecha, y poco a poco las paredes iban oscureciéndose con el testimonio de los viajeros.
Recordaba también las canteras de piedra convertidas en lagunas de aguas claras, a las que llegábamos recorriendo un sendero que arrancaba desde las ruinas de una casona cerca del muelle. Esas lagunas eran escenarios de improvisados saltos ornamentales y clases de buceo con snorkel.
La última vez que llegué embarcado a Riachuelo tendría unos veinte años y apenas presté atención al lugar porque escapé a Montevideo donde debía encontrarme con una amiga -infortunada travesía que merecerá una crónica propia. Muchos años después de esa visita, mientras volvía con Tania -mi esposa- y mi hija Sofía de una vacaciones en La Paloma, decidí aprovechar unas horas antes de subir al ferry en Colonia y recorrer esos lugares de mi infancia.
La casa en ruinas se había transformado en un club náutico pujante y más que el gentío me sorprendió la cantidad de autos en una calle donde sólo había visto transitar a las camionetas históricas del viejo Ventura. El quincho de Ventura se había transformado en varios quinchos, atendidos por sus hijos y nietos. Las paredes más viejas conservaban el tizne del carbón y luego de un rato encontré una inscripción que mi deseo, mi nostalgia y mi emoción quisieron que dijera “NASHIRA” acompañada por una fecha ilegible de los años ’70.
Cuando terminé de escribir este relato, cuya versión original era mucho más afortunada, y presioné donde decía “publicar”, un error del blog hizo que esos bytes etéreos que contenían mis palabras desaparecieran para siempre en el ciberespacio. Harto ya, porque en bitacoras.com esto ya me había sucedido, decidí mudarme a este nuevo blog pese a que debo lamentar la pérdida de los comentarios que acompañaban los relatos. Espero que lo disfruten.
Me hubiera encantado leer el post con “todos los detalles”. Suena cursi pero se me cayeron lágrimas cuando lo leí. Tengo exactamente los mismos recuerdos que vos. También fui de chiquita con mi flía y hace un par de años volví con un novio. O sea, mismo shock. Eso sí, yo no encontré el nombre de mi barco (ex barco) en la pared de lo de Ventura.
No había mucho más, de todas maneras. Algo del barco encallado en la playa que cuando yo era chico estaba casi entero y del que ahora me dicen quedan sólo algunos fierros, y no más. Algún día volveré con otros relatos sobre Riachuelo, espero que lo que pueda contar siga resonando en tus recuerdos. Gracias por tu comentario,
Patricio
Muy emocionante, yo pase todos los Eneros y Febreros de mi vida, hasta mis 13 años, ( 32 actuales ) con mis viejos fondeados en Riachuelo con nuestro ( ex ) barco Andros, un victory 34, el ford T, Ventura, los hijos y los nietos con los que jugaba al futbol y comiamos los higos de atrás de la casa, traer las barras de hielo por el camino para el barco…muchas gracias por los reuerdos..
Guillermo.
Hola!
Me encanto tu
relato, es mas
hace unas horas
regrese de riachuelo!
voy con mi familia
desde el 2000!!
y paso fin de año en ventura o la granja
arenaaaaa!!!
en ventura cuelga el nombre de mi
braco..y me encanta entrar al
quincho y ver todos los demas
carteles y saber que hay mucha
gente que paso x ese mismo lugar
hace muchos años
y lo paso tan bien como lo paso yo!
tengo muchos amigos alla…y es algo
que nunca cambiariaa!!!
Muy lindo el texto!
Sole