Finalmente la promiscua de nuestra gata tuvo sus hijos y el ecosistema hogareño se fue al carajo -nuevamente.
Para más detalles: los gatitos son nada menos que seis y la gata eligió de padrillo al gato más feo y berreta del barrio -lo que me recuerda cierto aspecto incomprensible del alma femenina-, circunstancia que hará mucho más difícil encontrar hogares dispuestos a adoptarlos.
Pero ése será el final de una larga historia que comenzó mucho antes y que tiene, además de la gata, a los siguientes protagonistas:
1. Tania: la jefa e ideóloga. También mi mujer y madre de mis hijos. Se enternece ante cachorros de cualquier especie, pero su ternura no incluye hacerse cargo de las cuestiones terrenales de una mascota, como recordar que deben comer todos los días o -menos aún- limpiar sus desechos. Nuestra gata es el ejemplo más logrado. Decidió comprarla en un arranque de sensibilidad femenina y el mismo día que la trajo a casa me enteré de que no se acercaría jamás a la michifuza porque “los gatos me dan cosa”.
2. Sofía: la aliada. Sofía es nuestra hija de once años, la única que le presta atención a la gata. Le habla, la mima, la trata como si fuera efectivamente su mascota. De hacerse cargo (en el mismo sentido que más arriba), ni hablar. Igual, la gata la adora y la sigue como si fuera un perro faldero.
3. Joaquín: la excusa. Joaquín es nuestro hijo de cinco años, su nombre fue esgrimido como motivo esencial a la hora de justificar la llegada de la bestia. Se supone que los niños deben estar rodeados de mascotas. Joaquín la ignora la mayor parte del tiempo y la fracción restante la maltrata.
4. Patricio: la víctima. O sea, yo. También apodado el insensible. En mi opinión, los animales adaptados a la atmósfera terrestre deben vivir fuera de casa, a excepción de las cucarachas, y esto último no por mi voluntad. Respecto de la gata, limpiar y reemplazar las piedritas sanitarias, darle de comer, llevarla al veterinario, darle la medicación para los parásitos, fueron todas tareas que naturalmente tuve que resolver en soledad. A pesar de eso, la gata me odia, lo que sigue dando buenas pistas acerca del alma femenina. En cuanto la gata tuvo un tamaño suficiente, impuse lo poco de autoridad que me quedaba y logré mandarla a dormir en el jardín. Hasta que tuvo su primer embarazo. Tania y Sofía, enternecidas, volvieron a abrirle la puerta a pesar de mis protestas.
Un día estando fuera de casa, recibí una llamada de urgencia: habían comenzado los síntomas del parto. “¡Vení ya!” gritaban a coro y al borde de la desesperación las mujeres de la casa. “¿Para qué?”, preguntaba yo, “¿qué necesita esa gata de mí?”. La respuesta unánime. “¡Qué malo que sos, no te interesa nada nuestra gata!”
Por supuesto, la gata sabía perfectamente qué hacer y prescindió de mí, y obviamente, las mujeres también, incluso de mis mejores consejos. “Llevemos a la gata afuera, al lavadero, que tenga los gatitos allí”. Opinión propia de un desalmado. “Es que si la dejamos adentro va a parir cuando estemos dormidos adentro de un armario o arriba de una cama”. Pobre gatita, a punto de parir y vos pensando en eso.
En fin, tuvo a sus gatitos a la madrugada y sobre la cama de Joaquín. En aquella oportunidad, cinco. No esperó a destetarlos, no nos dio tiempo siquiera para subirla a la mesa de cirugías, que preñó nuevamente. Nuestra esperanza de que el padre fuera el gato blanco que viene todos los días a nuestra puerta, se desvaneció con el primer cachorro, y con él, toda posibilidad de ubicar con facilidad a los nuevos gatitos.
Por supuesto, toda la escena del parto anterior se repitió idéntica. Es probable que luego de este episodio el colchón de Joaquín haya pasado a mejor vida, aún falta hacer un recuento de daños. La gata, naturalmente, vuelve a dormir adentro con su cría hasta que nos deshagamos de la prole. Por ende, entre otras cosas, las piedritas sucias vuelven a formar parte de mis tareas cotidianas. Por favor, algún alma caritativa que me recuerde, dentro de aproximadamente un mes, que tengo una cita impostergable con el veterinario.
Ja, ja, ja, esto me pasaba a mi cuando ustedes eran chicos, es la revancha de la vida, besos má