Desde que el mundo es mundo hay un puñado de preguntas clásicas, de ésas que todos nos hacemos al menos una vez en la vida. Qué es el amor es una de ellas y pese al esfuerzo de poetas y filósofos aún es difícil dar con una respuesta simple y satisfactoria. Cierto es que cuando nos sucede, lo sabemos, pero de ahí a poder explicarlo hay un trecho importante.
Es que no sólo resulta difícil traducir en palabras adecuadas los sentimientos sino que además los intentos por teorizar de manera objetiva un fenómeno como el amor bordean el ridículo cuando no la estupidez. Eso sí, con jerarquía científica, como cuando se intenta reducir el amor a una serie de reacciones químicas y predestinaciones genéticas.
Para peor, tampoco funcionan las analogías ni los ejemplos. Si uno pudiera decir “el amor es eso“, señalando un ejemplo contundente y preciso, el problema estaría resuelto.
Pocas veces en la vida se nos presentan casos ilustrativos y simples de algo tan inasible. A mí, una sola vez: fue en Milán, allá por el año 2000. Como todas las ciudades modernas y pujantes, Milán se destaca por su comercio, su industria, su arte, su turismo y su prostitución.
Alrededor del hotel donde me alojaba con una delegación de compatriotas, podían encontrarse apostadas todos los días, de 12 a 24, un grupo de señoritas que chistaban a los señores que pasaban. Una por cuadra, siempre en el mismo lugar, y siempre de 12 a 24. Lo curioso de este asunto es que las señoritas promediaban, en un cálculo generoso, los sesenta años, y pese a estar en edad de cuidar nietos, todos los días al mediodía se adueñaban de su calle y no escatimaban esfuerzos a la hora de llamar la atención de cualquier señor mayor que pasara por la vereda -mayor, porque las damas tenían muy en claro cuál era su target-.
Eso no era todo. Varias veces al día, una señora anciana, montada en un Mercedes azul metálico acompañada por un caniche y un chofer, se detenía unos minutos en cada una de las paradas para acercarle café y galletitas a cada una de sus chicas.
Varias semanas en distintas épocas del año residí en aquel hotel, y siempre las mismas señoras ocupaban cada cual su cuadra, pese a que nunca pude ver un sólo cliente que se les acercara. Es que, debo confesar, la curiosidad por saber quién podía comerciar con ellas me mataba.
Hasta que un día, con mi amigo Pancho, subimos a un taxi en la puerta del hotel y a raiz de un comentario del conductor acerca de la señora que patrullaba la cuadra, le pedimos que nos explicara el fenómeno.
“Es muy sencillo“, dijo el chofer, “estas señoras ocupan este barrio desde que eran jóvenes. Y muchos de los clientes que tenían hace treinta o cuarenta años siguen viniendo“.
Yo me quedé perplejo. Y comprendí: un señor que le paga durante cuarenta años a la misma dama, sin obligación alguna, pudiendo destinar su dinero a buscar la juventud o la novedad, es un hombre enamorado. Eso, sin lugar a dudas, es amor.
#1 by Betina Rolfi on 26 Julio 2005 - 10:34 am
Toda una biblioteca ha teorizado acerca del amor y el enamoramiento, sobre las diferencias entre amar y estar enamorado. Budistas, sofistas, cristianos, liberales, agnósticos, freudianos, en un punto el pensamiento contemporáneo acuerda en que estar enamorado te revoluciona la sangre porque el otro es un espejo que muestra TU mejor cara. Y amar, ya se sabe, es una empresa mucho más arriesgada.
De eso habla, para mí, la historia de las señoras italianas y sus eternos admiradores, que seguramente ya no sienten la maravilla de la piel arder, pero vuelven cada noche, por AMOR.