Las vacaciones de invierno se han hecho para padecerlas. Es probable que ése sea un comentario de viejo choto, lo sé, creo recordar que cuando estaba en edad escolar esperaba esa tregua de dos semanas con la misma ansiedad que hoy espero el timbre de reinicio de clases.
¿Pero acaso alguien puede caminar por una cuadra medianamente céntrica sin que hordas de párvulos -mientras empujan, se tropiezan, nos hacen tropezar, gritan y se pelean- provoquen pensamientos criminales? ¿Queda algo por hacer en una ciudad mediana que no esté destinado con exclusividad al público infantil? Sí, claro, una película en el horario de las 23.00 hs, pero para poder verla hay que sentarse en una butaca pringosa de caramelos y pochoclos.
La dictadura de los niños durante las vacaciones de invierno se exaspera cuando el papel de uno en la sociedad es actualmente el de madre o padre. Sociedad que, dicho sea de paso, te alabará como padre dedicado si en esas dos semanas te gastás el aguinaldo y dos sueldos en espectáculos superventas -y supercaros- como Floricienta, Disney on Ice (sesenta pesos per cápita para ver a Mickey a la altura del horizonte, miopes abstenerse) o cualquier engendro de ese tipo, aunque luego condenes a toda la familia a comer fideos con aceite por un par de meses.
Indescriptible también la sensación del zapping de la una de la mañana, cuando al recorrer los ochenta canales del cable encontramos que en lugar de los bodrios de siempre sólo hay bodrios infantiles, cuya proyección en horarios tan desatinados genera en los niños la firme convicción de que a esa hora tienen derecho a plantarse frente a la pantalla. Convicción que sólo se corregirá luego de un pequeño escándalo familiar en el que descubrirás el poder disuasivo de las pantuflas que te regalaron para el Día del Padre.
Los más pequeños, por otro lado, siguen con el reloj biológico conectado con la escuela, por lo que no te será concedido siquiera el milagro de pasar unos minutos adicionales bajo las frazadas.
Hasta que llega a nuestros oídos la más maravillosa música: la del timbre del lunes post vacaciones que se lleva a nuestros niños y a todos los que se empeñaban en golpearnos con el skate a la altura del tobillo, al interior del templo del saber.
1 comentario hasta ahora ↓
Juassss… vos estuviste mirando mi vida y lo escribiste?
Muy bueno Patricio!
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