Creo que fue en enero del ’87. Mariano Lorefice (alias el ninja), Patricio Morgan y yo estábamos promediando nuestras vacaciones en el Parque Nacional Los Alerces. Habíamos acampado a la orilla del Lago Futalaufquen y estábamos disfrutando de una tarde de sol y calor en Puerto Limonao, pomposo nombre para un muelle de troncos que se interna unos metros en el lago.
Mientras pensaba en nada, un rayo de sol rebotó unos metros más abajo, en el lecho del lago. Al tratar de distinguir el origen del extraño reflejo, me pareció ver un billete importante navegando cerca del fondo. Arrojé mis pantalones y me zambullí antes de pensarlo. Volví a la superficie con un encendedor BIC amarillo en una mano… y un billete en la otra. No pregunten de qué denominación era el billete, tantas metamorfosis que ha sufrido nuestra moneda. Pero para poder dimensionar el hallazgo, basta con decir que era una suma similar a lo que cada uno de nosotros había llevado para todas las vacaciones (unos cien dólares aproximadamente).
El otro hecho sorprendente fue que al segundo intento, del encendedor brotó una llama tímida que convirtió al encendedor en un amuleto de la suerte que nos acompañaría todo el viaje bajo el nombre Limonao.
Por supuesto, nos volvimos a sumergir con la esperanza de encontrar más tesoros, cosa que no sucedió. Puerto Limonao, la playa de canto rodado y el bosque, estaban desiertos. Nadie que reclamara, nadie a quien preguntar por la pérdida de un billete y un encendedor.
Pese a nuestras penurias económicas, el billete fue trocado esa misma noche por dulces, chocolates y alcohol. Hay quienes dicen que lo que viene de arrriba merece ser malgastado. Pero esa noche fuimos los dueños de la fiesta, los reyes magos de nuestro campamento, y al día de hoy no se me ocurre mejor inversión posible.
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