Emilio, desde París acaba de escribirme acerca del relato que aparece unos centímetros más abajo, “Puerto Limonao“. Y me recuerda que no fue en enero de 87 sino en el mismo mes del año 89. Que no estaban Patricio Morgan ni el Ninja Lorefice, sino él y nuestro común amigo el zoncabe Darío. Que con ese dinero adquirí una ginebra Bols y unos chocolates, y que el encendedor, Limonao, lo acompañó tiempo más tarde por la región andina de América del Sur.
Quise corregirlo, pero Emilio, con su habitual agudeza me escribió: “Pero no se preocupe por corregir porque ya Borges en un prologo donde cita un sueño con Lugones dice que al final de los tiempos ese encuentro ficticio será tan real como cualquier otra cosa cierta. Quién sabe…
Qué cosa curiosa la memoria. Cuando escribi ese relato, estaba seguro del episodio, cuándo, cómo, con quiénes había sucedido, convicción que se comenzó a diluir cuando lo releí y que se esfumó finalmente con la aclaración de uno de los protagonistas.
O quizás simplemente Borges no haya estado equivocado. Y entonces, en algún tiempo improbable, también encontré un encendedor y un billete con los dos amigos del relato original, y al encendedor lo bautizamos Limonao, y gastamos el billete en dulces y alcohol que se esfumaron tan rápidamente como los recuerdos.